jueves, 14 de junio de 2007

La intertextualidad en el audiovisual del siglo XXI: Watanabe, Tarantino, Lynch

¿Qué tienen en común Shinichiro Watanabe, Quentin Tarantino y David Lynch? Además de la aureola de genios que les acompaña como adalides de una postmodernidad mass-cult, hay una cuestión manifiesta que comparten sus respectivos trabajos: la perseverencia por el no-encasillamiento, la búsqueda de salidas atonales y cierta espontaneidad (aparente al menos). Shinichiro Watanabe, director de animes como Cowboy Bebop o Samurai Champloo, lo hace desde una labor de reciclaje que termina por invadir (y sustituir) el contexto histórico-social del relato, además de modificar la esencia original de la propia cita (la intrusión del hip-hop en el Japón feudal, por ejemplo, transforma de manera elegante o grotesca -según se mire- los códigos éticos de la época -el código de los samuráis, con una carga muy profunda de sentimiento en conceptos como el honor o la lealtad es despreciado por los protagonistas como una broma pesada y tradicional, por ejemplo-). La intertextualidad invade la pantalla hasta la total desorientación del espectador que hasta hace poco se consideraba "culto" en el sentido más inmovilista y clasista del adjetivo. Los dibujos de Watanabe citan diferentes tendencias musicales, pictórias o filosóficas, pero no con el ánimo del guiño o el chiste, sino como articulaciones esenciales para significar un logro material que se pretende novedoso.

Quentin Tarantino, por su parte, más que reciclaje hace pastiche. Sus citas están más encaminadas a un sentido del humor más o menos privado, y sus referencias tampoco son Dostoievski o Joyce, sino las películas más desenfadadas y despreocupadas de ciertas cinematografías periféricas de distribución underground en occidente. Es una cita que lleva, a partes iguales, nostalgia y reivindicación, pero no podemos decir que rebaja la autoridad de la misma, porque aquélla nunca tuvo suficiente autoridad.

En el caso de David Lynch quizá la muerte del sujeto, como se ha dado en llamar a una de las consecuencias de este movimiento de intertextualidad hiperbólica que nos sacude en la actualidad, no sea una frase del todo desencaminada. Lynch no hace reciclajes ni palimpsestos, y tampoco guiños o parodias; su obra tiende más hacia el cadavre exquis de los surrealistas, emparentádose con la tradición oral de la antigua Grecia. Sus citas suelen ser extrañas porque modifica algunos referentes del propio referente, hasta hacerlos irreconocibles o paródicos, según qué casos. Construye de esta forma un mosaico con materiales heterogéneos, pero no transforma el contexto en el que se asume el relato, como Watanabe, ni trabaja cierta fruición freak en el espectador, como Tarantino. No lo hace porque la intertextualidad lynchiana genera una nueva realidad en la que el contexto y la cita se fusionan. Es lo que, a mi entender, Lynch ha logrado con su última película, Inland Empire. Y es, a todas luces, la puerta que la intertextualidad le abre a los genios del siglo XXI.

M. M.

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