miércoles, 16 de mayo de 2007

La encrucijada de la crítica

A riesgo de que me tomen por un agente de venta “pululante” (es decir, internauta), voy a volver sobre las impresiones del número 1 de la revista Cahiers du cinéma – España. Cuando ayer (hoy de madrugada) hablaba en este mismo foro sobre las dudas (entre físicas y metafísicas) planteadas a raíz de la encrucijada postmoderna en la que se encuentra hoy la utilización / recepción de las imágenes, soslayé un problema más de forma que de contenido: ¿quién será el capitán de la postmodernidad?, ¿en qué visión (o visiones) habrá que fijarse para establecer un nuevo parámetro, una “post-postmodernidad” (perdón por el palabrejo) desde el que podamos comprender a ciencia cierta la corriente de nuestro presente (2007)?, ¿qué referentes (estéticos y conceptuales) tendremos que analizar para conseguir abrazar con una mínima certeza las creaciones artísticas más novedosas en el cine, de nuevo, hoy?... Recojo estas preguntas desde la incerteza, desde la inquietud del que no tiene respuestas pero también desde una inabarcable curiosidad cinéfaga.


En el artículo «El invitado fantasma», en el que Quintín reflexiona sobre algunas películas visionadas en el festival de Mar del Plata, se abren ante nosotros algunas interesantes consideraciones abstractas desde el análisis de las últimas propuestas de Jia Zhang-ke (en la foto) y Hou Hsiao-hsien, The World y Three Times, respectivamente. “Es como si el pasaje de la modernidad a la posmodernidad, para decirlo de algún modo, fuera incomprensible sin un retroceso a lo arcaico”. Esta sucinta frase encierra, a mi parecer, todas las corrientes teóricas del postmodernismo cinematográfico, tanto las que avalan el poder de la Tradición como punto de encuentro como aquellas que sitúan el collage contemporáneo de imágenes fortuitas y desencanto existencialista como la base desde la cual teorizar (otra cosa no se puede hacer) sobre el futuro del cine.

Quentin Tarantino sería un caso singular, con esa forma tan personal de enhebrar referencias desperdigadas en su acervo visual componiendo un lienzo que es, como el Inland Empire (en la foto) de David Lynch, un imposible cubo de Rubik para la crítica cinematográfica contemporánea. El problema es, entonces, que el cine va por delante de la crítica, aunque eso tiene lógica desde el momento en que la globalización impone unos márgenes insondables de oferta audiovisual a nivel planetario. Quizá lo mejor sería intentar combatir con armas similares, con la seguridad de equivocarnos, pero procurando no fallar demasiado. Así, del mismo modo que Lynch o Weerasethakul construyen sus experiencias fílmicas desde ámbitos tan dispares, la crítica podría alcanzar su propia postmodernidad acudiendo a referentes (ordenados, no vale decir cualquier cosa) con los cuales poder plantar cara al mismo nivel que exige la Historia. Me refiero a elementos procedentes de la Historia del Cine y del Audiovisual en general, pero también a la literatura, la filosofía, los medios de comunicación de masas y su recepción en las propias masas, la pintura, la escultura, la arquitectura, el diseño gráfico o el cómic, e incluso, si queremos acercarnos todavía más a una posible verdad, deberíamos también hacer caso de los sueños, del inconsciente, de un auto-psicoanálisis diario. Creo que deberíamos buscar conexiones en cada una de nuestras experiencias diarias (conducir, conversar, comer, ver películas) y empezar por ahí a construir un paradigma crítico que las próximas generaciones se encargarán de estudiar. Truffaut, Rivette, Rohmer, todos fueron (algunos todavía son) grandes cineastas que encontraron una fórmula adecuada desde la cual escribir sobre su presente cinematográfico.

Nuestro tiempo puede parecer a priori más intrincado, y esto quizá justifique una proliferación de teorías y puntos de vista sobre el problema. Lo que no podemos hacer es utilizar armas arcaicas para entrar en una lucha que se libra en el terreno de lo atómico.

M. M.

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