viernes, 18 de mayo de 2007

Zodiac: el fin del neo-noir

A buena parte de la crítica norteamericana Zodiac (ídem, 2007, David Fincher) le ha parecido una película fría, entendido este adjetivo en su sentido más literal y menos evocador. Lo es, de hecho, pero desde su propia consciencia de frialdad. Algunos han disculpado la gelidez de su puesta en escena argumentando que el film cuenta unos hechos reales a los cuales se ciñe con meticulosidad. Realidad y/o ficción. Creo que es esta dicotomía tan evidente, tópica, generalista y postmoderna la que sacude a Zodiac desde todos sus vértices.

El querer contarlo todo adquiere entonces un cariz muy diferente al de, por ejemplo, A sangre fría (la novela, obviamente). En este sentido estoy plenamente de acuerdo con algunas reflexiones de Gonzalo de Pedro Amatria en el número 1 de Cahiers du cinéma – España (pp. 53-54), cuando comenta que quizá las motivaciones para hacer del whodunit un ingente baúl de pruebas, procesos, declaraciones e interrogatorios respondan a una necesidad, un intento del cineasta por aclarar el rompecabezas de la realidad pero también de la ficción. Fincher utiliza la vertiente didáctica como un medio y no como un fin, aunque este aspecto está sujeto a múltiples interpretaciones habida cuenta del “incidente” que el propio cineasta tuvo con el «Asesino del Zodíaco» durante su infancia (véase «Dark Eye: The Films of David Fincher», libro que recorre toda la trayectoria vital del realizador en unas muy jugosas 192 páginas).

Creo que Zodiac es la película más compleja a la vez que prolija de su realizador. Su estética se aleja sobremanera de cualquiera de sus anteriores trabajos, en general mucho más estilizados (Alien³, Seven, The Game, El club de la lucha, La habitación del pánico), dando la razón a los que pensamos que el neo-noir del que tanto se ha hablado responde más a criterios comerciales que artísticos (creo que Zodiac es también la película más personal de Fincher). Si alguien no se queda tranquilo sin establecer comparativismos, nos iríamos antes a los fluorescentes de Todos los hombres del presidente (All the President´s Men, 1976, Alan J. Pakula) –y me consta que más de uno ha escogido esta misma referencia- que a las sombras sinuosas de El tercer hombre (The Third Man, 1949, Carol Reed).

Pero lo realmente interesante es que quizá estemos ante la cara más perversa de la postmodernidad. Porque, de otro modo ¿adónde conducirían los pedazos de tela manchados de sangre, los criptogramas, las huellas, las descripciones que va dejando tras de sí el asesino? El crimen tiene solución, pero no desde los parámetros de la postmodernidad. No desde la perseverancia de un caricaturista, ni desde las pesquisas legales de un policía solitario. El esquema sólo lo puede resolver el propio asesino, y en este caso no estaba muy por la labor.

Las voces de los medios de comunicación inyectando el pánico por los sentidos de los espectadores de los últimos 60 y primeros 70 pueden arrastrar un significado malintencionado y dirigido al sensacionalismo de nuestro presente, pero parece claro que la “teoría del miedo” en Zodiac tiene más que ver con el territorio de la ficción, ese puzzle irresoluble que propone el «Asesino del Zodíaco».

M. M.

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