jueves, 17 de mayo de 2007

Reflexiones en Bad Guy, de Kim Ki-duk

Hoy he visto una película de Kim Ki-duk, Bad Guy (Nabbeun namja, 2001). Había oído hablar muy bien de ella en numerosos artículos y algún que otro libro, aunque en España ha tardado un poco (cinco años) en salir al mercado del vídeo. De Kim he visto siete películas: La isla, Domicilio desconocido, Primavera, verano, otoño, invierno... y primavera, Hierro 3, El arco, Time y la que nos ocupa. Es probable que en las próximas semanas me haga con Samaritan Girl y Birdcage Inn, películas en las que (según tengo entendido) Kim retoma el tema de la prostitución como eje argumental, pero de momento sólo puedo hablar por lo que he visto, así que dejaré las comparaciones para otro momento (más que comparaciones lo que habría que estudiar es la evolución de este motivo en el cine de Kim, quizá desde la perspectiva de una segunda etapa más sosegada del realizador que todo el mundo parece reconocer). Por cierto que estos días se pasará en Cannes (Sección Oficial en competición) su último trabajo, Soom (Breath), al parecer en un equilibrio lírico acorde con lo visto en Time y sobre todo en El arco.

Yo me planteo qué significa la prostitución para Kim. En una entrevista concedida a Volker Hummel (ver) el surcoreano advierte de su visión materialista, como bien puntuaba Tonio L. Alarcón en Dirigido por… nº 366: “La relación entre hombres y mujeres es en sí misma una especie de prostitución, incluso si no hay intercambio de dinero”. Yo creo que hoy Kim no piensa lo mismo que en 2002, fecha en la que se recogieron estas declaraciones, aunque de eso podemos hablar en otra ocasión.

Tonio L. Alarcón, en esas mismas páginas, incurre en lo que a mi entender supone una contradicción. Primero puntúa lo anterior, la “transacción comercial” que sostiene las relaciones afectivas en los filmes de Kim, pero más adelante destaca como una de las virtudes de su cine la utilización de “agresivas imágenes para batallar con rabia contra las ideas preestablecidas (…), contra la corrección política”. Según lo que yo creo, si existe lo primero no debería existir lo segundo salvo en un contexto ajeno a la propia película. Si todas las relaciones hombre/mujer no son más que un contrato de alquiler (según la citada entrevista “las mujeres siempre tienen algo que ofrecer a los hombres, algo que éstos necesitan”) la incorrección política no tendría sentido en la conciencia de Kim. Podría moverse en esa senda sólo a posteriori, y de hecho lo hizo (el film obtuvo “un buen rendimiento en las taquillas surcoreanas”, en palabras de Roberto Cueto) cuando colectivos de feministas y demás asociaciones conservadoras (creo que el pensamiento unidireccional nunca ha traído buenas cosechas) montaron en cólera ante una película cuya dinámica emocional crece en “asquerosidad” conforme pasan los minutos (suscribo las palabras de Marjorie Baumgarten, del diario The Austin Chronicle: “the film’s emotional dynamics grow scuzzier and scuzzier”). Lo que quería decir con esto es que no hay caballo de batalla en pensamientos tan dispares: la escala de valores en la que se mueve el mundo moderno, globalizado y atiborrado de tabúes no es la misma que rige en las películas de Kim, y por tanto comparar ambas equivale a ver una dialéctica inconmensurable.

Sin embargo, y a riesgo de contradecir el argumento que acabo de exponer, sí veo incorrección política en Han-ki, el personaje protagonista. Pero esta batalla no se libraría en el terreno de la prostitución sino en el del clasismo puro y duro (al contrario que en películas posteriores). Cuando Sun-hwa siente al proxeneta observándole en la secuencia de apertura, su reacción es de asco. En la siguiente escena la besa violentamente y ella termina escupiéndole. Kim continúa unos minutos componiendo el abyecto retrato de ella, no de él (recordar que, en el momento en que Sun-hwa encuentra la cartera que la llevará a una nueva vida, lo primero que hace es correr hacia el baño con la intención de acaparar todo el dinero que contiene, sin pensar en un posible propietario). Esto coloca al espectador en una situación inasible con respecto a los dos personajes principales, seres marginados sin nada que ofrecer salvo prejuicio y violencia (una cosa engendra la otra), y es aquí donde radicaría la supuesta incorrección, esta vez consciente y perfilada por el cineasta. Bad Guy es, como dijo Jordi Sánchez-Navarro, “el antídoto contra todas las Pretty Woman del cine de gran consumo”; Alarcón habla de “una adaptación perversa, negrísima, de la versión de La bella y la bestia de Jeanne-Marie Leprince de Beaumont”, aunque yo creo que Han-ki se parece más a King Kong.

No hay comentarios: