miércoles, 16 de mayo de 2007

Cahiers du cinéma. España - número 1

Me gustaría empezar el blog, a 16 de mayo y ya de madrugada, recogiendo algunas de las reflexiones que se nos plantean en el primer número de la novísima revista Cahiers du cinéma. España entre las páginas 10 y 32.



29 miradas al cine que viene es el subtítulo que conviene a la portada de una revista que nos hablará, certeza 100%, del futuro. Dos preguntas son las que Cahiers - España plantea a 29 cineastas españoles y latinoamericanos de miradas divergentes, contrapuestas, complementarias. Algunos adalides de la postmodernidad (término este que me fascina y aterra por igual) y otros más precavidos, más cautos (o cautas), alguno un tanto conservador y alguno un tanto enfadado.

1.- ¿Cómo afronta usted, como creador, la práctica del cine frente a un futuro ya inmediato de cambios y transformaciones en la naturaleza de las imágenes?

2.- ¿Cómo piensa usted que esas transformaciones van a condicionar las nuevas formas de consumir imágenes y de relacionarnos con ellas?

Víctor Erice (La Morte rouge, 2006) habla del absolutismo del Audiovisual (con mayúscula) y de los trastornos de la imagen en cuanto realidad; José Luis Guerín (En la ciudad de Sylvia, 2007) se muestra atento y abierto al futuro, aunque de su segunda respuesta se percibe un poso amargo; Fernando Meirelles (El jardinero fiel, 2005) recurre a la analogía musical para explicar los cambios que está sufriendo la tecnología que gesta las imágenes y nos deja una afirmación proverbial de su compromiso: “Hacer cine pasó de ser una aspiración a una posibilidad real en las favelas brasileñas”; Isabel Coixet (Cartas a Nora, 2005) casi me hace llorar con su “momento religioso” al acudir a una verdadera sala de cine (comparto su agonía) y nos deja una profunda reflexión sobre la necesidad de un autor para consigo mismo; Pedro Almodóvar (Volver, 2006) arremete (con profundidad y conocimientos de sobra) contra el lenguaje pirotécnico que sacude las imágenes digitalizadas (prefabricadas) hollywoodienses, abogando por un uso riguroso de los nuevos soportes; Amat Escalante (Sangre, 2005) indaga en la “desaparición del realizador” y las dificultades que conlleva la masificación de las imágenes; las reflexiones de Paz Encina (Hamaca paraguaya, 2006) discurren en un tono aperturista y esperanzador, aunque no sólo: la “experimentación” se confunde con la “ocurrencia”; Fernando Trueba (El milagro de Candeal, 2004) ve más ventajas que inconvenientes en la democratización de la imagen y en los nuevos procesos de moldeabilidad de la misma; Guillermo del Toro (El laberinto del Fauno, 2006) teme una pérdida en la gravedad de la imagen, pero en general su transigencia es evidente; Arturo Ripstein (El carnaval de Sodoma, 2006) se malencara contra el presente barra futuro que nos invade, sacudiendo su ira contra lo que él ve como un “alud de mierda” (sic) entre el maremágnum de películas que ahora podemos conocer; un elocuentísimo Isaki Lacuesta (La leyenda del tiempo, 2006) habla desde el optimismo de eclipses y galaxias insondables entre fotogramas y nos deja una frase para la posteridad: “algún día podremos escribir películas con sólo abrir los ojos, y nos bastará cerrarlos para poderlas ver”; Montxo Armendáriz (Obaba, 2005) deja caer dos cuestiones fundamentales para entender la postmodernidad de la imagen: su transitoriedad y su mercantilización. Por lo demás, está de acuerdo con un acceso más democrático a la creación cinematográfica y por un uso (legítimo) de las nuevas tecnologías; Julio Bressane (Cleopatra, 2006) remite al “duro trabajo” que debe conllevar el tratamiento de las imágenes para no sumergirse en la banalización; Lucrecia Martel (La niña santa, 2004) cuestiona la democratización como supuesta, en un sentido mucho más crítico que sus compañeros, planteando la visión dogmática e interesada del poder político, regulador. Por otro lado, nos deja un símil interesante a la hora de analizar la propagación de las imágenes a través de Internet: como en la tradición oral, la imagen se retoca y reformula, con distintas manos y en diferentes lugares, en busca (o no) de un futuro (in)cierto; Daniel Sánchez Arévalo (Azuloscurocasinegro, 2006) se entiende con formatos y soportes, pues para este madrileño “lo importante es contar historias”; Lisandro Alonso (Fantasma, 2006) se queja de la mala calidad de los formatos digitales tanto a nivel visual como sonoro, aunque no critica su utilización simplemente por ser; a José Luis Borau (Leo, 2000) se le lee con disfrute, pues él mismo parece pasarlo bien en esta encrucijada de extrañezas que sacuden a su cine; Javier Rebollo (Lo que sé de Lola, 2006) pone a la Historia del Cine (pocos lo han hecho) como motor del futuro, “mirando al pasado desde el presente”; Marc Recha (Dies d´agost, 2006) vaticina una polarización radical: cine-espectáculo vs cine-cultura; Manuel Gutiérrez Aragón (Todos estamos invitados, 2007) dice, literalmente, que “la imagen virtual está despojada de la polisemia innata que tiene la imagen real”, aunque sus quejas provienen más de razonamientos empíricos. Por tanto, su mirada global tampoco es dogmática, sino abierta; Carlos Reygadas (Luz silenciosa, 2007), en la línea de Lucrecia Martel, ataca los valores egoístas y mercantilistas que esconde la democratización del cine; Felipe Vega (Mujeres en el parque, 2006), con una prosa más enérgica que enervada, se vuelve también contra el marketing y sus desastrosas consecuencias tanto en la creatividad como en las posibilidades de adquirir conocimientos a través de la imagen. Su respuesta incluye un juego de palabras estupendo parafraseando a Aki Kaurismäki que les recomiendo leer vivamente; Icíar Bollain (Mataharis, 2007) se conforma con añorar películas más pequeñas, más artesanales, sin tantas ansias por destacar; Álex de la Iglesia (Crimen ferpecto, 2004) también profetiza la polarización cultura/espectáculo, y deja una frase curiosa, sin malicia: “pronto tendremos acceso a un youtube de largometrajes”; Fernando Solanas (Argentina latente, 2007) considera fundamental la proyección (aunque sea mínima) en las salas, y defiende las nuevas tecnologías de creación de imágenes como nuevas formas de desarrollar su libertad; Pablo Trapero (Nacido y criado, 2006) es el único que hace referencia al problema del copyright (salvo una frase de Bollain) como “algo muy complicado, difícil de controlar”; Albert Serra (Honor de cavallería, 2006) habla de la “destrucción postmoderna” (mención a Lynch incluida) y de la “extensión de la vulgaridad”, de la que él se abstiene al verse juzgado únicamente por la gran Tradición (con mayúscula); Enrique Urbizu (La vida mancha, 2003) se muestra un tanto indeciso, aunque su postura bascula más hacia el pesimismo de la masificación; por último, Basilio Martín Patino (Octavia, 2002) advierte del potencial comunicativo de Internet, y otorga un buen consejo a los futuros realizadores:“no sé qué sentido pueda tener su práctica si no lo afrontamos siempre como quien se adentra en un universo fascinador”.

Espero que estas palabras os hayan servido para abrir boca y animaros a comprar Cahiers du cinéma. España, una revista que parece dará que hablar bastante por estos lares. Sé que es difícil de conseguir (yo he tenido que hacer piruetas, y eso que escribo desde Madrid), pero os animo, a los que podáis, a suscribiros en http://www.caimanediciones.es. A mí me ha parecido mucho más completa que mi querida Dirigido por… y también más reflexiva, si este adjetivo es el apropiado.

Espero haberos informado, conocido y reflejado,

Marcos Méndez

1 comentario:

Anónimo dijo...

joder marcos, te ha sido dificil encontrar cahiers porque eres un agonias. si te hubiese esperado una semana mas la hubieses tenido en todos los kioskos de madrid. asi q no acojones al personal diciendo q es una revista dificil de conseguir, hombre!!!