domingo, 20 de mayo de 2007

Final abierto o cerrado: El ilusionista, de Neil Burger


Un amigo me preguntó el otro día sobre el final de El ilusionista (The Illusionist, 2006, Neil Burger). Es un final abierto o cerrado, se preguntaba. Yo no supe qué contestar, y me limité a enviarle vía email dos críticas bien diferentes publicadas en el momento del estreno: la primera, que me parece de una simpleza terrible, la firma Alberto Bermejo en el diario El Mundo (ver). En ella expone como el mayor defecto de la cinta “el frustrante desenlace, en el que se resuelven de un plumazo todos los misterios que el espectador esperaba desvelar por sí mismo”. De la segunda reseña parece inferirse, por el contrario, un razonamiento de marcada ambigüedad, evidente ante las palabras del propio director de la cinta, Neil Burger: “we can accept it as the «true» version of what happened [refiriéndose a ese encadenado de flashbacks en el desenlace] or as Inspector Uhl’s ingenious interpretation”. Las declaraciones las recoge Jonathan Rosenbaum, crítico de cine del Chicago Reader, en su comentario sobre la película (ver).

Creo que Bermejo (al que, por otro lado, considero uno de los críticos más interesantes de nuestro país) se ha tomado El ilusionista como una nueva muestra de cine-espectáculo al uso y ha pasado por alto el verdadero sentido de una película que, para qué engañarnos, tampoco es tan buena como Rosenbaum ha querido hacer ver. La clave de este asunto (bastante simple, por cierto) radica en un factor fundamental con el que juega la semiología del cine: el punto de vista de la narración. El problema es que muchas veces el discurso se articula desde puntos de vista diferentes a lo largo del relato, y nos es más difícil apreciar el verdadero significado de las imágenes (no es este el caso).

Desde el inicio de El ilusionista el inspector Uhl (Paul Giamatti) narra los acontecimientos: “dicen que de niño tuvo un encuentro casual con un mago itinerante… una versión de la historia dice que aquél hombre se desvaneció (…), quién sabe qué pasó en realidad (…) y casi quince años más tarde, apareció en Viena”. Esto nos lleva de nuevo a la cuestión del desenlace, cuya ambigüedad es casi una perogrullada.

Cuando el niño le entrega a Uhl la carpeta del «Orange Tree», el truco parece desvelarse ante él y ante nosotros. Sin embargo, la cuestión no es tan evidente. A esto le sigue una persecución en la que vemos el rostro de Eisenheim «El ilusionista» con una enorme barba, acariciando el colgante que le habría robado al inspector unos segundos antes. Pero desde su perspectiva, algo alejada, Uhl nunca llega a distinguir con claridad el rostro del mago. Los insertos en los que vemos a Edward Norton caminando frontalmente serían, en mi opinión, proyecciones imaginadas de Uhl, que quiere creer en una racionalidad que la película deja en el aire. Más claro: cuando el niño le daba el famoso sobre al policía, este se apresura a preguntarle cuándo Eisenheim se lo hizo llegar. El niño, que esboza una sonrisa, se pierde entre la multitud sin responder, en un logro muy significativo de un guión lleno de interpretaciones.

El encadenado de flashbacks no indicaría, entonces, un happy ending tradicional: es una interpretación más, una verdad circunstancial, subjetiva, como reconocía el propio Burger. Por eso las últimas imágenes, en las que Eisenheim y Sophie se abrazan en ese marco bucólico (¿onírico?) tienen una contrapartida en la sonrisa de incredulidad del propio Uhl.

M. M.

1 comentario:

Unknown dijo...

Es una buena opción par apasar el rato, por cierto me recuerda a una serie de HBO llamada El Hipnotizador, bueno el punto es que esta película que como todas tiene elementos a favor y en contra, una historia que no es mala pero que se ejecutó sin mucho interés, es poco más que aquellas cintas cuya única ambición es el final, descuidando el inicio y estereotipando la transición, toda una ilusión. Sin embargo es necesario hacer mención de la magnífica banda sonora dirigida por de Philip Glass, exquisita, tenue, minimalista, toda una creación desperdiciada en un producto que no le da la talla, una pena. Otro punto rescatable es la evidente ambientación que resalta y se siente, acoge lúgubremente, la fotografía y el montaje son sobresalientes, la dirección artística es pulcra y el vestuario aunque un poco gris y opaco, se encuentra acertado según lo que sugiere la cinta. No obstante nos encontramos con algunos efectos especiales poco trabajados.